Hoy visité a don Carlos, un tocayo, en un hogar de ancianos con recursos limitados.
Parecía un juego de amigo secreto, ya que él no me conocía y yo tampoco lo conocía en persona.
Fue una experiencia grata entregarle un pequeño libro como obsequio.
Esto generó un gran regocijo en él, creo que mi detalle le recordó a su hija, quien le había llevado un libro de psicología la última vez que lo visitó.
Ah, caray, estoy más canoso que el amigo Carlos
Carlos, mi tocayo, me regaló un tesoro que ahora llevo conmigo: sus bendiciones de gratitud y regocijo.
Tu y yo y todos somos amigos secretos. Solo falta sorprender a otros con un obsequio, como una sonrisa, un abrazo, una invitación a ceder nuestro puesto o una gran sorpresa como lo puede ser una llamada telefónica.
Hace tres meses, me invitaron a un delicioso café con medio buñuelo (de $1700 pesos) compartido en la calle 16 con 100 de Cali, el cual bebí sentado en el andén. Qué delicioso fue.
Estos son los instantes de felicidad, por lo que no acepto cuando me dicen que el dinero o la edad son necesarios para ser feliz. Incluso siendo octogenario, puedes ser feliz.
En esta ocasión no daré conclusiones, creo que ya tienes las tuyas.
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